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Problemática Local

No solo el sector público, también el sector privado y la sociedad civil son y serán responsables de una correcta conservación de la naturaleza y su biodiversidad. Esta es una problemática de carácter local y como país debemos lograr que las políticas públicas orienten el crecimiento económico en una dirección sostenible: que se sustente y promueva biodiversidad sana, sea permanente y permita su recuperación en el largo plazo.


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La biodiversidad es siempre local y los servicios que proveen los ecosistemas son contexto-específicos. Su existencia es el resultado de procesos evolutivos únicos e irrepetibles y no es intercambiable a escala global.

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Los ecosistemas del país y sus especies nativas proveen importantes servicios, que son aprovechados de distintas maneras por la sociedad, siendo la base de su bienestar. El desarrollo económico de nuestro país se basa en gran medida en la extracción y exportación de recursos naturales, los que son sostenidos y/o producidos por su biodiversidad y en el aprovechamiento de los servicios ecosistémicos que ella brinda[1].

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Chile es un país reconocido por su valiosa biodiversidad, originada de una extensa geografía latitudinal, longitudinal, altitudinal y una larga historia de aislamiento biogeográfico asociada al levantamiento de Los Andes, glaciaciones, deriva continental, entre otros. Esto se refleja, por ejemplo, en el alto grado de endemismo y exclusividad de la biodiversidad chilena, lo que quiere decir que muchos de los ecosistemas y especies que existen en Chile sólo se encuentran en esta parte del globo. La vasta extensión de nuestro país (entre los 17º 30’ y 56º 30’ de latitud Sur)[2] genera un gran y distintivo abanico de climas y ecosistemas terrestres, acuáticos continentales e insulares, marinos, costeros y de islas oceánicas, al alero de los cuales se ha desplegado una igualmente diversa riqueza cultural[3].

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Diversos sectores productivos dependen de estos procesos. Entre ellos, se puede mencionar: el sector minero, que utiliza intensamente el servicio de provisión de agua; el sector silvoagropecuario, que hace uso de la productividad de los ecosistemas nativos y de la capacidad de almacenaje de agua de los suelos; el sector pesquero, sustentado en la extracción de especies que forman parte de la biodiversidad marina; y el sector turismo, que usa el valor de la naturaleza como espacio paisajístico, recreativo y de vida sana. Más aún, los observatorios astronómicos -para cuya instalación Chile posee características incomparables- requieren de un espacio natural sin contaminación lumínica y aislado de otro tipo de perturbaciones. Es decir, el uso directo e indirecto de los bienes y servicios ecosistémicos es totalmente transversal en el modelo de desarrollo económico del país[4].

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No obstante, y tal como ocurre a escala global, la biodiversidad chilena está altamente deteriorada. Nuestro país alberga alrededor de 31.000 especies entre plantas, animales, hongos, algas y bacterias. De las 1.433 especies analizadas, correspondientes al 4,6% del total de especies reconocidas en el país, 62,4% se encuentran amenazadas de extinción[5]; mientras que a nivel de ecosistemas el 49,6% se encuentra amenazado[6]. De hecho, es justamente la combinación de la riqueza de la biodiversidad chilena junto a su avanzado estado de deterioro, lo que ha valido que Chile sea considerado como una de los 35 hotspots[7] mundiales de biodiversidad[8].

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Esta realidad constituye un llamado urgente a un cambio transformador que permita restaurar la naturaleza de nuestro país, ya que el deterioro ambiental ha profundizado la desigualdad en Chile, afectando mayoritariamente a las personas y comunidades más vulnerables.

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Más allá del valor económico de los servicios ecosistémicos, se debe reconocer su valor intrínseco de manera amplia y sin sesgos, incluyendo todas las formas de valoración disponibles[9] y procurando que dichos servicios sigan existiendo para todos, independiente de su condición socioeconómica; sobre todo para las generaciones futuras, protegiendo el Capital Natural que lo genera. Lograr que las políticas públicas orienten el crecimiento económico en esta dirección sostenible es una tarea ardua. Es además un objetivo de largo aliento que requiere del trabajo coordinado del sector público, privado y sociedad civil.

[1] Estrategia Nacional de Biodiversidad (2017-2030)

[2] Biblioteca del Congreso Nacional de Chile. www.bcn.cl

[3] Ministerio del Medio Ambiente, 2019. Sexto Informe Nacional de Biodiversidad de Chile ante el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB). Ministerio del Medio Ambiente. Santiago

[4] CEstrategia Nacional de Biodiversidad (2017-2030)

[5] REMA, 2021. Sexto Reporte del Estado del Medio Ambiente. sinia.mma.gob.cl/wp-content/uploads/2022/06/REMA2021.pdf

[6] MMA (2017) Estado de conservación de la biodiversidad de Chile a escala de ecosistemas: ecosistemas marinos y ecosistemas terrestres. En: Ministerio del Medio Ambiente (MMA) (Ed.). Biodiversidad de Chile: Patrimonio y desafíos. Rovira J. y C. Barra.

[7] Los Hotspot de biodiversidad se definen como regiones biogeográficas donde se concentra un alto nivel de biodiversidad y endemismo (gran porcentaje de flora y fauna solo existe allí) amenazado por la actividad humana. Según el Critical Ecosystem Partnership Fund (CEPF), para clasificar como uno de los 36 puntos críticos hay que cumplir con dos criterios:
— Contener al menos 1500 especias de plantas vasculares que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo.
— Haber perdido al menos 70% de la vegetación nativa primaria.

[8] Ministerio del Medio Ambiente, 2019. Sexto Informe Nacional de Biodiversidad de Chile ante el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB). Ministerio del Medio Ambiente. Santiago, Chile, 220 pp.

[9] IPBES (2022). Summary for Policymakers of the Methodological Assessment Report on the Diverse Values and Valuation of Nature of the Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services. Pascual, U., Balvanera, P., Christie, M., Baptiste, B., González-Jiménez, D., Anderson, C.B., Athayde, S., Barton, D.N., Chaplin-Kramer, R., Jacobs, S., Kelemen, E., Kumar, R., Lazos, E., Martin, A., Mwampamba, T.H., Nakangu, B., O’Farrell, P., Raymond, C.M., Subramanian, S.M., Termansen, M., Van Noordwijk, M., and Vatn, A. (eds.). IPBES secretariat, Bonn, Germany. doi.org/10.5281/zenodo.6522392

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