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1. Introducción

El trabajo doméstico y de cuidados —remunerado y no remunerado— constituye una dimensión esencial en el bienestar de las personas, las sociedades, las economías y los ecosistemas (Naciones Unidas, 2024). Concentra, a grandes rasgos, los cuidados personales y relacionales, denominados cuidados directos, así como los quehaceres domésticos que mantienen el hogar, conocidos como cuidados indirectos (OIT, 2019).

Históricamente, las tareas de cuidados circunscritas al hogar han carecido de reconocimiento y su distribución no ha sido equitativa, siendo el género el factor de desigualdad más relevante. La organización social de los cuidados se fundamenta, sobre todo, en la división sexual del trabajo —sustentada en un sistema binario de género—, esto es, la manera en que las sociedades modernas distribuyen las labores socialmente productivas —remuneradas y no remuneradas— entre mujeres y hombres. Esto, como resultado de las relaciones culturalmente construidas entre ambos y que se nutren de representaciones estereotipadas acerca de lo “femenino” y lo “masculino” (ComunidadMujer, 2019).

Con esta ordenación tradicional del trabajo, que asigna roles, deberes y responsabilidades diferenciados a mujeres y hombres, las primeras participan en mayor proporción y dedican significativamente más tiempo a las actividades de cuidados no remuneradas, mientras que ellos lo hacen en las actividades remuneradas. Como resultado, este sistema opera como una barrera hacia el logro de la autonomía económica de las mujeres; impacta en su participación laboral, en las posibilidades y trayectorias ocupacionales, en sus ingresos y perspectivas de acceso a la seguridad social (Vaca Trigo, 2019a; ComunidadMujer, 2021).

Las investigaciones recientes en el campo de los cuidados sitúan el foco sobre los factores que influyen en la distribución desigual de los cuidados al interior de los hogares, pero dicen poco sobre su contribución social y económica (Folbre, 2024).

En efecto, la relevancia de los cuidados —y de las mujeres como principales proveedoras de estos— para el funcionamiento de las estructuras socioeconómicas ha sido mayormente invisibilizada en el ámbito público, desconociéndolos como motor de la reproducción social, que implica la creación y el mantenimiento cotidiano del tejido social y, a través de este, la sostenibilidad de la fuerza de trabajo que hace funcionar los medios de producción (Norton & Katz, 2017; Dugarova, 2020). Los cuidados, entendidos como un conjunto de actividades productivas, permiten repensar determinadas estructuras y políticas que intervienen en su provisión (Razavi, 2015).

La prestación de cuidados a lo largo del ciclo de vida de las personas puede considerarse un bien público que genera beneficios de largo plazo para la sociedad (Folbre et al., 2023). A pesar de esto, las tareas de cuidados suelen ser percibidas como una variable externa en lugar de un componente crítico para el desarrollo de los países y un elemento superador de crisis (ECLAC, 2020; Wenham et al., 2020).

Las grandes transformaciones sociodemográficas ocurridas durante las últimas décadas, como la mayor integración de las mujeres al mercado del trabajo, el crecimiento de los hogares monoparentales con jefatura femenina y el progresivo envejecimiento poblacional en países como Chile, sumadas a la provisión o acceso limitado a servicios de cuidados, han mermado la sostenibilidad del modelo familiarista, donde dichas labores se asumen bajo el alero del hogar y, particularmente, de las mujeres (ONU Mujeres, 2018; ComunidadMujer, 2021).

La emergencia sanitaria por COVID-19 y la recesión consecuente en la comunidad global tuvieron efectos desproporcionadamente negativos para las mujeres, particularmente, sobre las madres trabajadoras con hijas e hijos en edad escolar (OECD, 2021a). En efecto, la pandemia profundizó la denominada crisis de los cuidados, poniendo de manifiesto la centralidad de estas tareas y la necesidad de una reorganización más equitativa en el marco de un modelo de corresponsabilidad social, donde el Estado sea garante principal (Naciones Unidas, 2024).

A nivel internacional, el reconocimiento social de los cuidados tiene un primer antecedente en la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés) de 1979. Sin embargo, es la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer de 1995, mediante la Declaración y Plataforma de Beijing, el instrumento que marcó un avance significativo en esta materia, planteando, entre otras acciones, medidas para desarrollar las estadísticas sobre el uso del tiempo y el trabajo de cuidados no remunerado (Proyecto NODO, 2021).

A treinta años de su publicación, los objetivos de la Conferencia continúan vigentes en tanto las desigualdades de género persisten: de acuerdo con los últimos datos disponibles en el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en la región las mujeres dedican entre el doble y el triple del tiempo al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado en comparación al tiempo que le dedican los hombres.

En la actualidad, algunos países han avanzado en la institucionalización del reconocimiento de las labores domésticas y de cuidados no remuneradas. Con el desarrollo de las encuestas sobre uso del tiempo representativas a nivel nacional, la atención se ha centrado en la medición periódica del tiempo que se le dedica (Folbre, 2024), mientras una fracción menor ha avanzado hacia su valoración económica a través de valorizaciones puntuales o cuentas satélites.

En la pospandemia resulta imperativo que las respuestas a las necesidades de cuidados sean pensadas desde una perspectiva de género, con un horizonte de igualdad y mayor autonomía para las mujeres. Al respecto, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible propone “reconocer y valorar los cuidados y el trabajo doméstico no remunerados” (ODS 5.4) y el Cuarto Plan Nacional de Igualdad entre Mujeres y Hombres 2018-2030 enriquece los objetivos propuestos, estableciendo metas concretas para mejorar la calidad de vida de las personas cuidadoras en el marco del Plan de Acción de la Política de Apoyos y Cuidados 2025-2026. En este mismo plano se encuentran las responsabilidades adquiridas en la XV Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe en 2022 a través del “Compromiso de Buenos Aires”.

Los resultados de la II Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT 2023) de Chile nos alertan respecto de la mayor carga de trabajo doméstico y de cuidados —en el propio hogar y otros hogares— no remunerado que asumen las mujeres de 15 años y más, cuyo tiempo promedio diario ronda las 05:03 horas sobre una participación casi universal (98,5%). Los hombres, en tanto, destinan 02:53 horas en promedio al día a estas labores, con una participación levemente inferior (95,9%).

El presente estudio tiene por objetivo visibilizar el aporte del trabajo de cuidados no remunerado realizado por mujeres y hombres a la economía del país a partir de los datos recabados por la ENUT 2023, reprogramada por la emergencia sanitaria de 2020. Se trata de una medición que da continuidad a “¿Cuánto aportamos al PIB? Primer Estudio Nacional de Valoración Económica del Trabajo Doméstico y de Cuidado No Remunerado en Chile”, elaborado por ComunidadMujer en 2019, y al ejercicio de actualización realizado por el Banco Central de Chile en 2020 durante la pandemia con base en los resultados de la I Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT 2015).

Con este documento, se espera contribuir a la promoción y fortalecimiento de las mediciones complementarias al Producto Interno Bruto (PIB) en Chile desde una perspectiva de desarrollo integral, visibilizando y valorando el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado en la contabilidad de la economía nacional y sus aplicaciones en la política pública.

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